Señor Director:
Durante cientos de años de evolución, las especies han aprendido a adaptarse a diferentes variaciones climáticas, pero la desertificación y la escasez del recurso hídrico, que se ha intensificado con el tiempo, está llevando al límite el equilibrio de nuestros ecosistemas
La sobreexplotación de la tierra, la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riego son factores negativos que contribuyen en acelerar los procesos de desertificación y sequía, disminuyendo drásticamente la regeneración y productividad de nuestros suelos, aumentando los problemas de aridez y otros eventos extremos. Según un nuevo informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, los eventos extremos impactan principalmente en los sectores agrícolas, que padecen un 63% de las repercusiones de catástrofes.
¿Cómo podemos ayudar a disminuir los efectos de la sequía y la desertificación? A nivel país debemos implementar un efectivo plan de modernización y eficiencia de riego de la agricultura nacional. Siendo el sector agrícola quien utiliza el 72% del agua consuntiva en Chile, solo el 24% de las hectáreas productivas utiliza sistemas eficientes de riego.
Es necesario discutir con prioridad sobre la correcta administración y gestión de nuestros recursos hídricos, ordenando la institucionalidad y gobernanza del agua con políticas públicas robustas que regulen la gestión por cuenca, mejorando la recolección, acceso a la información, y coordinación de todas las instituciones para todos los usos.
Junto a lo a anterior, es necesario brindar mayor capacidad tecnológica a las organizaciones de regantes para analizar las reservas de nieve y glaciares, y prever la real cantidad del recurso hídrico disponible con la cual diseñar estrategias correctas para administrar este recurso, fortaleciendo a las organizaciones de usuarios de agua y otras vinculadas al recurso hídrico.
También, desarrollando e implementando planes de restauración y conservación de ecosistemas hídricos y vegetales a nivel país como base para la gestión del agua, el desarrollo sustentable y la reactivación sostenible, así como definir métodos de reforestación de nuestra zonas urbanas y rurales con especies nativas de mayor eficiencia y menor consumo de agua.
Finalmente, debe existir un gran cambio o transformación en las prácticas productivas, incorporando mejoras basadas en el conocimiento de nuestros ecosistemas, desde el diseño de los sistemas productivos, y dando la importancia y cuidados óptimos a nuestros suelos como un espacio vital de protección. Lo anterior implica un gran cambio en nuestra mentalidad, la forma en la que pensamos sobre nuestra economía, el medio ambiente, y cómo nos relacionamos con nuestras comunidades, tal como lo indican las bases de la economía circular.
Gerson Peña, académico escuela de Agronomía Universidad de Las Américas, Ingeniero Agrónomo Mg.